Henri Meschonnic, que es un teórico francés de la traducción, de la poesía, que desde hace unos años está traduciendo en Argentina antes que en otros lugares de habla castellana, dice muchas cosas sobre el ritmo. Es un defensor del ritmo contra las ideas estructuralistas de que lo básico en la escritura es el signo. Y en contraposición a estas bestias negras que para él son los semiólogos, dice que el origen del sentido es el ritmo. Esto es muy misterioso. Estamos tan acostumbrados a la doble faz del signo, que pensar que el sentido, con su carga de contenido, viene del ritmo es difícil. Y por otra parte los escritores y los lectores sabemos todos tan bien que especialmente la narrativa, pero también la poesía, por mucho que quiera dejarse llevar por el sinsentido y por la superficie del lenguaje, y por muy reivindicada que haya estado la superficie en la literatura y en las artes en los últimos treinta y cuarenta años, carga inevitablemente con el lastre del significado. Queramos o no, viene atrás, viene unido, porque usamos un arma que también es el arma de la comunicación, entonces no podemos desprendernos de que eso también está tocado por otras manos, incluso por nuestras mismas manos en otros momentos en que las usamos para hacer literatura. Pese a todo, Henri Meschonnic dice que el sentido nace del ritmo, y entre las muchas definiciones que da del ritmo, da una que permite una entrada para esto: que el ritmo es básicamente el orden de los complementos de la frase, la organización de los elementos de la frase, mucho más que la sonoridad de cada pequeña partícula.
En ese sentido sí podemos creer que estamos más cerca del origen común de poesía y música que desde otras perspectivas. Voy a poner un ejemplo un poco raro: muchas veces se achaca a las traducciones españolas que usen las palabras “cachondo”, “chaval”, palabras de argot español. Es inevitable porque las cosas en ese país se dicen de esa manera y nosotros estamos sujetos al peso abrumador de la industria editorial española en todo el ámbito de habla castellana. Ahora que empezamos a traducir muchos libros por primera vez acá, eso se puede revertir, y cuando alguien diga guy o kid vamos a tener que poner pibe, como la película de Chaplin The kid, que acá se llamaba El pibe. Y después en otros lados van a decir “estos argentinos que ponen pibe y no se entiende lo que quieren decir”. Ese no es el problema de la traducción, el problema de la traducción es la curva sonora, la curva rítmica que crean los elementos en la frase y las correlaciones temporales.
“¿Te ha dicho Ana que pensaba venir esta tarde?”. Con ese tono pregunta un español. Un argentino pregunta: “¿Ana te dijo que iba a venir esta tarde?”. Probablemente el español dice “que vendría esta tarde”, pero nosotros usamos el pretérito indefinido mucho más –a veces correcta y a veces incorrectamente– de lo que usan ellos el pretérito perfecto –a veces correcta y a veces incorrectamente–. Además dicen “te ha dicho Ana” y nosotros “decime, Ana te dijo…”. Es absolutamente esencial porque si uno dice “te ha dicho Ana” lo van a mirar con una cara bastante rara. Todo eso es ritmo: es algo que arrastra costumbre, tradición, cultura sonora e intimidad. Y constituye tanto el lenguaje coloquial como los modos de la literatura.
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