Te voy a decir lo que me molesta y lo que admiro en Camus. Admiro su obra de ficción, empezando por La caída y siguiendo por El extranjero. Nunca terminé de leer La peste: a los veinte años me aburrió. Tal vez la relea esta misma noche y cambie de opinión. Me fascinó hasta el deslumbramiento su libro póstumo inconcluso, El último hombre. (…) Me molestan, a veces, sus ensayos. La famosa frase sobre que el suicidio es la única idea filosófica digna de ser pensada, aparte de ser ajena me parece un énfasis: es demasiado espectacular, demasiado construida e incluso demasiado francesa. No quiere decir realmente nada. Camus se pregunta si la vida merece la pena ser vivida. ¿Qué significa eso? De qué vida habla, de la vida de todos los hombres y mujeres y chicos. ¿De la vida en general? Yo te aseguro que mi gato Agustín y mi gata Tatiana tienen la absoluta certeza de que vivir vale la pena. La pregunta correcta, la verdadera pregunta comprometedora es ésta: Mi vida, ¿vale la pena? Mi vida, no la vida. Lo único que puede honradamente preguntarse un hombre es si él tiene derecho a vivir. Ese tipo de generalización sublime me irrita. Me hace el mismo efecto que esos señores que se preguntan si la literatura en general tiene sentido cuando deberían preguntarse qué sentido tiene, para ellos, escribir.
Abelardo Castillo
-El oficio de mentir / Conversaciones con María Fasce –
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