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El título que Pablo Ferraioli eligió para el libro pertenece a un tema de King Crimson. Como escribo esto desde un pueblo catalán no pude leer Elephant talk en su edición impresa, pero lo publicó la editorial Funesiana y por lo que sé, es de esperar una encuadernación sólida y cuidada. Más allá de la afinidad musical del autor con King Crimson, la letra del tema nos da una pista de por dónde van los tiros. Lo que dice el elefante no tiene importancia, es una cháchara compulsiva y sin contenido; lo que le da relevancia es lo inaudito, que lo haga un elefante. Esta atención puesta en una comunicación que se ha vuelto mecánica vuelve una y otra vez en el libro, es una de las canteras de donde extrae sus materiales, y se extiende a las actitudes convencionales dentro y fuera de la literatura, a las frases hechas y al lugar común. Verbales o no, la inmensa mayoría de nuestros actos es pura repetición. ¿Pero sabemos lo que pasa en esos lugares comunes? ¿Y qué pinta el elefante en todo este asunto?
En los veinticinco relatos que lo conforman no faltan los claroscuros, una mirada que oscila entre un asombro tierno o irritado, y la angustia de sentirse fuera de lugar. Elephant talk, el texto que da nombre al libro, es paradigmático en este sentido. Un elefante que ha entrado en un bazar hace aquí su descargo tras destrozar jarras, vasos, pingüinos de vino y otros cacharros. Es su torpeza natural la que lo lleva a romper cosas, no hay ninguna vocación iconoclasta. Pero lo que es roto debe ser pagado y la relación con los demás se traduce en un endeudamiento que no para de crecer.
El lugar común es también un escenario. El narrador nos sitúa en la mesa de un bar haciendo tiempo, en el colectivo al volver a casa, en la habitación de hotel en un viaje de trabajo, incluso en la niebla al otro lado de una ventana.
Uno de estos textos, Pongámoslo así…, nos plantea el tópico del hombre que llega a casa antes de la hora habitual y encuentra a la esposa con su amante en la cama. El narrador nos advierte que cree haber visto la escena en más de una película, pero eso no le impide interpelarnos en segunda persona: “Usted sabe que esas cosas pasan, que así es la vida, que la mujer y el deseo, pero, sin hacer ruido, con esa sensación que convencionalmente se describe como un “nublarse la vista”, busca un revólver que tiene por ahí, en un cajón del escritorio, en un armario”. A continuación, lo insólito otra vez es lo evidente, lo que uno suele olvidar cuando se está inmerso en la ficción. Puede que sea una de las mejores piezas del libro, la atraviesa un humor corrosivo y el patetismo del remate es formidable.
En Eras tan Lelouch revisita ahora el tópico con la escena hombre-conoce-a-mujer-en-una-ciudad-extranjera. “Llego entonces a un punto de mi relato que no puedo sortear, aunque podría intentar escaparle diciendo aquello, banal, de que estaba, de pronto y sin saber cómo, besándola. Después de todo, ese instante desapercibido es parte de una serie imposible de segmentar, como la que incluye a la gota que hace rebalsar al vaso”. No obstante, el narrador indaga tras la comodidad de la frase hecha y sigue el derrotero de una noche en la que tres lenguas, la rusa, la castellana, y la inglesa, que entienden como un territorio más o menos compartido, se cruzan en los juegos previos y se desencuentran en el momento culminante del orgasmo.
Puede que Suena Zappa sea el cuento donde el trabajo con la convención explícita encuentra su expresión más lograda. Así empieza: “Suena Zappa. Eso no significa mucho. Es decir: a lo sumo representa una declaración, eso que los gringos llaman self presentation y, tratándose de Zappa, podría significar: me creo un perro verde, en algún sentido superior al promedio, de paladar sofisticado y distante del gusto del rebaño, de mayor o menor actitud crítica, bastante cínico, dispuesto a afectar, sino experimentar, el goce de composiciones retorcidas y contraintuitivas”. Tanto por tener la experiencia de narrar como tema, como por la lógica absurda y caprichosa que rige al argumento, recuerda al Aira de La costurera y el viento. Un personaje indeterminado, que se presenta más como una función que un sujeto, tiene una experiencia mística fallida. A medida que se narran las desventuras en su búsqueda del nirvana, el personaje va cobrando cuerpo, imbricado de manera aceitada en los derroteros reflexivos mediante los cuales el relato se va construyendo.
Elephant talk tiene también la disposición de una antología, y su diversidad es estilística y temática, ya que se han congregado textos escritos en distintas épocas. Otra serie posible, además del lugar común, está dada por las piezas que trabajan con la paternidad, en las que el denominador común es la impronta de una escritura autobiográfica. A manera de esquirlas, en el resto de los cuentos hay de todo. El relato microscópico de la pirueta de un gimnasta, la indagación musical sobre un ruido incierto en un viaje en colectivo, la deriva reflexiva en torno a un viento que reposa, escenas con amantes en el compás de espera de una ducha, citas de Faulkner, perros que hablan, la mirada puesta en la sombra de una mano, la pregunta sobre lo que da espesor a las cosas, y colonias completas de hormigas que se unen entre sí para flotar como una balsa sobre la crecida del río.
El elefante ha hablado y nos ha dejado un libro sorprendente en más de un sentido. Si quieren curiosear entren en la web de la Funesiana. Ahí mismo pueden pedir la versión impresa encuadernada de manera artesanal. Sobran los motivos para hacerlo.
Buen provecho y felices lecturas.